viernes, 16 de septiembre de 2016

DESCUBRIENDO HALAGOS (un relato de Venthor Gómez publicado en el número 0 de la vilipendiada revista "La antibiótica") *

Durante un breve  periplo vacacional, vagando por la Meseta Norte, di con mis huesos en un pueblo llamado Halagos del Matón. La carretera comarcal que lleva a la parroquia sobrevive sin apenas mantenimiento,  con la maleza desbordando  los  márgenes y cubriendo señales de aviso que pueden verse o no, dependiendo del capricho de una voluntad intangible, consciencia de la región misma, el azar funambulista... Allá cada cual con sus credos, vaya. Hay que ver primero un letrero oxidado y, segundo, hay que dejarse llevar guiados por la fuerza que ejerce lo insólito del nombre que bautiza el pueblo y decidirse a tomar la desviación. Yo así lo hice. Una densa bruma me acompañó durante un buen trecho hasta toparme con las primeras casas. Conforme iba adentrándome  por unas calles estrechas que hacían complicada la circulación en coche, la atmósfera fue aclarándose hasta que el cielo fue un trazo azul entre dos líneas blancas. La aparición de un solar vacío  se me antojó de lo más oportuna, y tras estacionar el coche pude continuar con mi paseo hacia las entrañas de Halagos del Matón tranquilamente a pie. Pese al mes en el que nos hallábamos, agosto, el ambiente era húmedo y la sensación global era la de hallarme en un pueblo cualquiera de la comarca; aunque, afilando los sentidos, pequeños detalles desconcertantes salpicaban  el recorrido. De una antigua casa señorial, algo decrépita, me llamó la atención un blasón de piedra en el que aparecía esculpido toscamente un mono de expresión lastimera  introduciendo su falo en una especie de masa vegetal que no pude identificar; un endrino, quizás. La antigüedad del tallado y la gravedad de su ejecución eran evidentes; ahora bien, el concepto…. Intentar ensamblar un simio con la historia de esta zona del norte de Castilla requería grandes dosis de imaginación y si, encima, éste se hallaba copulando con un arbusto endémico… Las elucubraciones derivadas de esta imposible dualidad me sumieron en un estado de alerta festiva, por definirlo de alguna manera. Proseguí pues con el macaco dendrófilo ocupando mis pensamientos, sin disfrutar enteramente de otros detalles que se me ofrecían generosos, como ristras de excrementos de vaca secos colgando en las casas con números impares, figuras furtivas tras los visillos desvaneciéndose a mi paso y los impagables nombres de algunas calles: “Trompetista Rudy Burlas” (¡!) “Petaflor” (¿?) “Guisantemo” (¡¿?!)…Todavía no me había cruzado con un ser vivo, a excepción de un pequeño perro mil leches soberbiamente dotado que defecaba con dificultad, cuando una melodía festiva empezó a culebrear por el aire… ¿Era el tañido de unos cencerros el que la jalonaba rebotando por las fachadas? La amalgama sónica fue  aproximándose, hasta que,  doblando la esquina, se materializó una procesión encabezada por unos tíos con capirotes tocando la flauta y unas grandes campanas amarradas a la chepa con correas de cuero. 
(continuará)

*El relato de Gómez es consecuente con las formas estéticas del Movimiento Analsibarita, fundado por el autor y un servidor en el verano de 1997. E.L.

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