miércoles, 23 de diciembre de 2015

Mi suerte de rendida reseña de "Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre)" más una entrevista a Pablo Cerezal publicada en "Entretanto Magazine".


“MADRID-COCHABAMBA (CARTOGRAFÍA DEL DESASTRE)”, de Pablo Cerezal y Claudio Ferrufino-Cocqueugniot


1

Por Emilio Losada

De los alcoholes y de las viandas, del garito, del restorán y del cinematógrafo iniciático, de Miller a Umbral, de Dylan a Antonio Vega, de la Biblioteca de Alejandría a los libros de viejo del Paseo de Recoletos, estación de término soñada para su lúcida obra por el de Madrid, de las mujeres con las que se comparten cimas y asperezas y de las que amenizan soledades siempre que, como otrora aconteciese al glorioso antisanto boliviano, no se interponga en el trance un irresistible elepé de Neil Young & Crazy Horse, de las infancias que pasan casi sin olerlas y apenas dejan como testimonio los reumáticos huesos de una bicicleta, de la penca muerte, de los pencos muertos al relente o en los nichos, pero sobre todo de la penca vida, toneladas de vida hay en esta joya de libro, primero se vive y luego se escribe, es ley de leyes, nunca es al revés, ya nos lo dejó claro antes de los diecinueve el renacuajo de Charleville, cuánta vida y cuánta alta Literatura hay aquí, con Ele mayúscula, sí, Ele también de Libertad, Ele Libertaria, pura y bruta prosa esta, hermosa y desquiciada, de la que sólo se deja ver muy de vez en cuando a estas alturas del tinglado, Pablo y Claudio, Claudio y Pablo, Madrid-Cochabamba, Cochabamba-Madrid, obra de arte de primer nivel, vaya par de dos, Pablo, el poeta disfrazado de prosista, ya dio el aviso cuando tras enamorarse de y en Marruecos parió aquella maravilla de novela, Los cuadernos del Hafa, ahora en su parte de este libro, precisamente desde Cochabamba, es una larga historia, evoca melancólico sus correrías por aquel irrecuperable Madrid previo a la nefasta irrupción de Álvarez del Manzano y sus putrefactos acólitos, malditos sean por siempre, aunque no se hunde del todo, culebrea por los recovecos y da con el respiradero, en su búsqueda de una señal para la esperanza felizmente la halla en la sonrisa extranjera, se sale en «Razas del extrarradio», menuda oda mil leches, chico, chúpense ésa, víboras perladas de Madrid Norte, y qué decir de Claudio, el mago de la prosa histérica, prosa volcánica, que dice Pablo, es lo mismo, de muy joven incurre Norteamérica, pelea y compadrea a ritmo de rocanrol, marea la perdiz con urgencia beatnik, seduce y cata vicios, devora libros y escribe, afila sus bigotes de irreductible galo y lanza al mundo, entre otros tantos, El exilio voluntario, vaya artefacto, como cada uno de los que aquí nos suelta en formato corto, donde igual abofetea inmisericorde a los políticos que comen flores mientras reparten miserias como rememora perversos alivios a consta de la Deneuve previos a los días de chicha y rosas, Pablo y Claudio, Claudio y Pablo, Lou Reed los cría y ellos se juntan, otra larga historia, pero qué forma de escribir, qué barbaridad, lo hacen con un cuchillo entre los dientes, dejan tan alto el listón que ya es que ni con pértiga, y nada hay que recriminarles, son malos de los buenos, en pleno desastre se toparon con la penúltima botella, es un símil a medias, y para evitarnos posibles disgustos no dejaron que la viésemos ni medio vacía ni medio llena, la hicieron trizas, aunque, eso sí, antes se la bebieron toda.

Desde Madrid Pablo Cerezal me responde a unas preguntas acerca de este estupendo “desastre”.

  • Los textos que Claudio y tú publicáis en vuestros respectivos blogs con motivo de la muerte de Lou Reed propician el encuentro en la distancia. Se conoce que desde entonces establecéis una fluida relación epistolar, curiosamente tú, madrileño, desde Cochabamba; él, cochabambino, desde Denver, donde reside desde hace años. Al fin os conocéis en persona cuando Claudio viaja a su ciudad natal para asistir al funeral de su padre, momento que ambos reflejáis de forma épica y muy divertida en los epílogos de M-C. ¿En qué momento surge la idea del libro? ¿Quién la propone?
Sí, podemos asegurar que Lou Reed fue el detonante de una relación latente. El fallecimiento del poeta neoyorquino generó en ambos el mismo impulso, idéntica urgencia, y esa misma noche escribíamos al respecto en nuestros respectivos blogs. A partir de ahí comenzó esa relación epistolar que comentas y en la que no sólo hablábamos de música y literatura, sino también de nosotros mismos, de nuestros desvelos, nuestras pasiones, nuestras decepciones, nuestros traumas, nuestros itinerarios vitales… Y descubrimos que tenemos mucho en común. Y que lo que no tenemos en común, incluso nos fascina más. Y que lo que más nos une es la pasión por la vida a pie de calle, por la belleza que habita en el barro, por las pequeñas miserias que pueden llegar a ser gloriosas grandezas si se contemplan bajo el prisma adecuado. Todo muy Lou Reed, ya ves. Así que la idea de escribir algo juntos surge de manera natural, casi por ósmosis, podríamos decir, y al muy poco tiempo de iniciada la amistad. ¿Quién lo propone? Claudio se empeña en culparme a mí. Pero yo siempre le negaré, soy demasiado cobarde como para arrogarme tal osadía. Digamos que más que una propuesta fue una consecuencia. ¿Acaso un orgasmo lo provoca el cuerpo que devoramos, o es fruto de su unión con el propio? Porque este libro es eso: un orgasmo verbal fruto del coito feroz entre dos sensibilidades heridas. El resto sería puro onanismo.

  • A lo largo de todo el libro, y no sólo en el apartado “Músicas”, aparecen compositores e intérpretes de la talla de Neil Young, Bob Dylan, Tom Petty, el citado Lou Reed, Antonio Vega, etecé, etecé. ¿Hasta qué punto ha influido (creo que aquí puedes responder también por Claudio) en vuestra literatura la música pop?
Ya he explicado que fue la música lo que realmente nos unió, antes que la literatura. Yo vivía en Cochabamba, y me sorprendió conocer a un cochabambino que admirase a Lou Reed. Lamentablemente, la música que se escucha en Bolivia es, en el mejor de los casos, folclore desdibujado… y charcutería latina de radio fórmula mayormente. Por eso pensé que Claudio conocía a Lou Reed por vivir en EE.UU. Pero luego me explica que no es así, que a Reed, a Cohen, a Dylan, a Neil Young, etc. se los escuchaba en Cochabamba cuando él vivía allí, en su adolescencia. Eso ya me descubrió la primera conexión entre el pasado urbano de Claudio y el mío, en ese Madrid del que ya han quedado extirpadas para siempre las noches de música voraz y voracidad vital. Tanto Claudio como yo adolecemos de una insana curiosidad por los más diversos campos de la creación, y en la música coincidimos en gusto y, sobre todo, en pasión. En su literatura las referencias musicales son más transversales, pero son de manera ineludible. En mi caso la música marca cada uno de mis días y lo que de ellos hago o deshago, y siempre ha sido protagónica actriz de mis letras. Tal vez de ahí surja mi obsesión porque lo que escribo tenga cierta sonoridad o melodía. En el magnífico documental que ha dirigido José Ramón Da Cruz, inspirándose en Madrid-Cochabamba, queda más patente de lo que ahora pueda explicar la importancia de la música en nuestra literatura.

  • Viajaste a Cochabamba con tu mujer y con tu hijo para colaborar con una ONG cuyos verdaderos intereses pronto empiezas a poner en duda. Cuando confirmas tus malos augurios quieres salir de allá, pero el sistema te lo impide. En su blog y en sus colaboraciones en prensa Claudio no ceja en el empeño de desenmascarar a Evo Morales. ¿Qué le dirías a toda esa izquierda un tanto ingenua que desde la relativamente confortable Europa tiene a Evo y a sus próximos en un pedestal?
No estaría de más que los componentes de esa izquierda ingenua que mentas se dieran un paseo por Bolivia para conocer su realidad… sí, un paseo por el lado salvaje de la vida nunca está de más. Eso nos haría a todos menos infelices. Porque toda esa izquierda es la de las soflamas de fin de semana, la de las manifestaciones de cañas y tapas que ve la realidad por televisión, cómodamente instalada en el sofá del salón calefactado. A mí me duele Bolivia, no lo niego, pero no me dolerá jamás como pueda hacerlo a Claudio o cualquier otro boliviano. Yo sufrí un verdadero martirio allá, pero al fin y al cabo soy europeo y puedo salir, aunque sea expulsado. Puedo instalarme en otro lugar, tengo ese privilegio sin siquiera haberlo reclamado ni luchado por él. Pero ellos, los bolivianos, la mayoría no pueden salir, y los que lo hacen no son bien recibidos en casi ningún sitio. Así que es normal que a Claudio le duela más y se emplee a fondo en desenmascarar a este nuevo dictador que se disfraza de adalid de las libertades indígenas y el socialismo para mejor vivir la vida loca de prebendas y riquezas que antes de ser presidente le estaban negadas. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que el principal activo de un sistema socialista ha de ser la educación. Pero, en Bolivia, la educación es ninguneada por el gobierno de Movimiento al Socialismo, de Evo Morales. Quizás, en inicio, sí, fue un movimiento al socialismo… pero se desviaron por el camino. Los textos de Claudio en el libro dan una visión de la realidad boliviana más veraz que la que nos llega por otros medios. Así que recomiendo su lectura a los integrantes de esa izquierda que comentamos. De esta manera se ahorran el viaje… y el trauma subsiguiente.

  • En tu parte del libro se vislumbra una profunda desazón por la deriva sociocultural de la que ha sido víctima Madrid en las dos últimas décadas. Desde que redactaste estos textos ha cambiado radicalmente de signo político el ayuntamiento, algo que seguramente no podías ni imaginar cuando estabas en ello. ¿Crees que hay visos de mejora al respecto? ¿Semejante estropicio es irreparable?
Ha cambiado radicalmente de signo vital. Al fin hay vida inteligente en el ayuntamiento de Madrid, y eso ya es mucho. Pero hace tiempo que la política dejó de ser maestría de inteligencias. A la política ya sólo se llega por mediocre, y sólo los más mediocres y serviles hacen carrera en política. Porque no son ellos quienes nos gobiernan, recuerda. Los mercados son los titiriteros de la sociedad moderna, y precisan títeres sumisos para mejor organizar la función. Lo de Madrid es especialmente doloroso, obsceno. Esta ciudad ha pasado de ser referente cultural y de apertura a lo ajeno, a mera punta de lanza de la España más rancia y casposa, hasta el punto de afectar a sus propios ciudadanos y convertirlos en autómatas programados para la individualidad y la indolencia. Antes, Madrid era una ciudad alegre. Hoy es una ciudad hostil. Lo único que alegra a sus ciudadanos es consumir en las miríadas de negocios sin alma que han transformado la misma arquitectura urbana hasta convertirla en una burla de lo que fue. Pero no seamos tan negativos. Aún quedan núcleos de resistencia ciudadana. En ellos se ha gestado este cambio de gobierno. Quién sabe si no se estará gestando en ellos, también, el cambio social que nos devuelva la alegría. Mientras tanto, por si acaso, espero haber podido rescatar, en el libro, ese Madrid de filo y nervio que tuvimos la suerte de vivir, algunos.

  • Al fin alguien reivindica sin cortapisas la literatura de Umbral. ¿Este país sabrá separar alguna vez el arte de la ideología, de la actitud…, incluso del aspecto físico del artista en cuestión?
La pregunta, creo, es si este país sabrá alguna vez admirar sin paliativos a alguien que triunfe por sus cualidades creativas, artísticas, científicas, intelectuales, y no sólo por el número de goles, poles y demás vacuidades. Caín nació en España, y la quijada de burro es el arma de destrucción masiva por excelencia de nuestro bendito país. Reivindico no sólo la literatura de Umbral, sino incluso su actitud de rock and roll star. Y es que un literato también tiene derecho a crearse su personaje. Porque si es excepcional debe serlo absolutamente, como proclamaba Rimbaud. Y Umbral era absolutamente excepcional. Lamentablemente, sigue siendo más recordado por su forma de estar en sociedad que por su literatura, que era su manera de estar en el mundo. A Umbral hay que leerlo para conocer a la persona detrás del personaje y, sobre todo, para descubrir que si la lengua española nació, fue para que genios como él pudiesen retorcerle el pescuezo hasta extirparle la última gota de sangre y esculpir con ella inmensos charcos de Belleza. El problema es que hablamos de literatura, y en España, más que leer, se consume, ya lo dije cuando hablaba de Madrid. Luego resulta que un tipo como Houellebecq, por ejemplo, es Dios, por muy papanatas que parezca, es un referente literario, ¡un genio! Será que viene de fuera. A Umbral se le respetará, en España, el día que alguien de afuera venga a decirnos que era un genio, como hubieron de hacer los franceses con Cervantes. Este año se cumplen 40 de la publicación de Mortal y Rosa, obra cumbre de la literatura, no ya nacional, sino mundial, y la noticia apenas ha ocupado las columnas de tres o cuatro literatos y periodistas sin miedo al desprestigio por proclamar la grandeza de un autor irrepetible… ¡con lo mucho que nos gustan las efemérides!

  • Por último, una curiosidad: ¿A qué tanta aversión por Pío Baroja?
Supongo que esta pregunta viene al hilo de la referencia que hago en un capítulo del libro en que decido transformar a Baroja en metáfora de lo cotidiano, para remarcar lo mucho que yo huía de ello en los tiempos que narro en dicho capítulo. Pero no me provoca ninguna aversión Baroja. Al contrario, la aversión me la provoca mi voluntario desconocimiento de su obra. Al fin y al cabo, yo también fui educado en este país, y cuando, en la escuela, me obligaron a leer a Baroja, yo andaba enredado con los surrealistas, Céline, Henry Miller, y sus largos párrafos de verbo sincopado y profuso. La economía expresiva de Baroja me supo a poco, supongo, en aquel tiempo, y luego la vida me llevó por otros derroteros, de manera que nunca presté a su obra la atención que merece. Asignatura pendiente.


SOBRE LOS AUTORES

Pablo Cerezal: Madrid, 1972. Los cuadernos del Hafa (Carena, 2012) está ya considerada una novela de culto. Mantiene activos los blogs Postales desde el Hafa y Vislumbres de El Dorado. Ha colaborado en las antologías Erosionados (Origami, 2013) y El descrédito. Viajes literarios en torno a Louis-Ferdinand Céline (Ediciones Lupercalia, 2013). También escribe guiones (Mínimo Producciones) y colabora en medios escritos como Frontera D, Red Marruecos y Esto no es una revista (España, Marruecos y Argentina, respectivamente).

Claudio Ferrufino-Cocqueugniot: Cochabamba, 1960. Con El exilio voluntario (Alberdania, 2011) el osado escritor boliviano residente en Estados Unidos se hizo con el Premio Casa de las Américas en 2009 y con Diario secreto (Alfaguara, 2011) con el Premio Alfaguara Bolivia de Novela 2011. También es autor, entre otros tantos, del libro de prosa poética Virginianos y de la novela El señor don Rómulo, con la que obtuvo una mención especial en el Premio Casa de las Américas. Colabora periódicamente en prensa y mantiene activos los blogs Le Coq En Fer y Sugiero Leer.

collage
Pablo Cerezal                               Claudio Ferrufino-Cocqueugniot

La edición española de Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre), de Pablo Cerezal y Claudio Ferrufino-Cocqueugniot, ha sido editada por Ediciones Lupercalia (www.edicioneslupercalia.com)

martes, 24 de noviembre de 2015

CELEBRACIÓN DEVOTA DE "MADRID-COCHABAMBA (CARTOGRAFÍA DEL DESASTRE)"


Por Emilio Losada
                                   La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera.
Juan Goytisolo
                                               
De los alcoholes y de las viandas, del garito, del restorán y del cinematógrafo iniciático, de Miller a Umbral, de Dylan a Antonio Vega, de la Biblioteca de Alejandría a los libros de viejo del Paseo de Recoletos, estación de término soñada para su lúcida obra por el de Madrid, de las mujeres con las que se comparten cimas y asperezas y de las que amenizan soledades siempre que, como otrora aconteciese al glorioso antisanto boliviano, no se interponga en el trance un irresistible elepé de Neil Young & Crazy Horse, de las infancias que pasan casi sin olerlas y apenas dejan como testimonio los reumáticos huesos de una bicicleta, de la penca muerte, de los pencos muertos al relente o en los nichos, pero sobre todo de la penca vida, toneladas de vida hay en esta joya de libro, primero se vive y luego se escribe, es ley de leyes, nunca es al revés, ya nos lo dejó claro antes de los diecinueve el renacuajo de Charleville, cuánta vida y cuánta alta Literatura hay aquí, con Ele mayúscula, sí, Ele también de Libertad, Ele Libertaria, pura y bruta prosa esta, hermosa y desquiciada, de la que sólo se deja ver muy de vez en cuando a estas alturas del tinglado, Pablo y Claudio, Claudio y Pablo, Madrid-Cochabamba, Cochabamba-Madrid, obra de arte de primer nivel, vaya par de dos, Pablo, el poeta disfrazado de prosista, ya dio el aviso cuando tras enamorarse de y en Marruecos parió aquella maravilla de novela, Los cuadernos del Hafa, ahora en su parte de este libro, precisamente desde Cochabamba, es una larga historia, evoca melancólico sus correrías por aquel irrecuperable Madrid previo a la nefasta irrupción de Álvarez del Manzano y sus putrefactos acólitos, malditos sean por siempre, aunque no se hunde del todo, culebrea por los recovecos y da con el respiradero, en su búsqueda de una señal para la esperanza felizmente la halla en la sonrisa extranjera, se sale en «Razas del extrarradio», menuda oda mil leches, chico, chúpense ésa, víboras perladas de Madrid Norte, y qué decir de Claudio, el mago de la prosa histérica, prosa volcánica, que dice Pablo, es lo mismo, de muy joven incurre Norteamérica, pelea y compadrea a ritmo de rocanrol, marea la perdiz con urgencia beatnik, seduce y cata vicios, devora libros y escribe, afila sus bigotes de irreductible galo y lanza al mundo, entre otros tantos, El exilio voluntario, vaya artefacto, como cada uno de los que aquí nos suelta en formato corto, donde igual abofetea inmisericorde a los políticos que comen flores mientras reparten miserias como rememora perversos alivios a consta de la Deneuve previos a los días de chicha y rosas, Pablo y Claudio, Claudio y Pablo, Lou Reed los cría y ellos se juntan, otra larga historia, pero qué forma de escribir, qué barbaridad, lo hacen con un cuchillo entre los dientes, dejan tan alto el listón que ya es que ni con pértiga, y nada hay que recriminarles, son malos de los buenos, en pleno desastre se toparon con la penúltima botella, es un símil a medias, y para evitarnos posibles disgustos no dejaron que la viésemos ni medio vacía ni medio llena, la hicieron trizas, aunque, eso sí, antes se la bebieron toda.


La edición española de Madrid-Cochabamba (Cartografía del desastre), de Pablo Cerezal y Claudio Ferrufino-Cocqueugniot, ha sido editada por Ediciones Lupercalia (www.edicioneslupercalia.com)


lunes, 9 de noviembre de 2015

EPICÚREO EN AZOTEA


Expongo al sol la sábana donde el amor enfermó de amor
y se degradó entre mentiras al peso, despropósitos sin lengua
y con ojos de espanto. El viento la enarbola solemne e hipnótica,
bandera blanca de mi paz mental que aún presenta restos
de su última menstruación –colofón providencial de suspiros a dúo,
espaldas enfrentadas, dedos palpando interruptores
a la caza de la única luz posible–. Pero la remordida enseña
no tiene suficiente y parece ansiar más sangre, así que saca pecho
y de pronto se transforma, toda rencor y aullido,
en una aguerrida vela de barco vikingo. Como la lucha
no va conmigo, doy sutilmente la espalda a su desmán y paso a otear
este casco histórico que ignora los desapegos de los interiores
aturdido por un levante en ciernes –¡oh Cádiz tácita!– que ensortija
los cabellos y desquicia el temple de viandantes propios y extraños.
Es cuando decido quitarle las pinzas a tanto mal trago
para dejarle hacer al viento,
le agradezco una vez más el desinteresado espaldarazo
al divino cantamañanas de Minnesota
y afronto feliz
      el descenso
                hacia el viejo y confortable estatus.

De Ventajas de estar en la ruina, 2015

jueves, 5 de noviembre de 2015

ÁTICO ES VIDA, poema de José Rasero Balón

Hoy es un gran día. Hoy Jose Rasero Balón presenta en Cádiz su novela Áticos y viento. Un caso de Benito Bram. Con motivo de tan felicísimo acontecimiento incluyo aquí el poemón dedicado al poeta Fernando Cañas que escribió el año pasado para La Antibiótica. ¡Suerte, compinche!

Poema de Jose Rasero Balón, 1-10-14


ÁTICO ES VIDA

Tú me entiendes,
Fernando,
tú me entiendes.


Cesó lo prematuro.
Y surgió la disección:
lo sucinto enmudece mientras extermina.
Y todo, en el silente sofismo, es aparente.

El culpable transpira Ausonios.
La burla, en la capilla,
refleja inopia.
Soy un laberinto frente al abitón.
Mi abitón.
Sin vértigos, la nodación
puede semejar un sonrojo con matices.

Broté al municipio pues,
con mis ropajes de espectro.
La acogida fue jovial, salpicada de esplín
y plisada en humedades
y sexo quisquilloso.
Con llagas de colorete y fuelles de artilugio,
los ciudadanos,
innatos,
aplastaron mi cuesta,
y con indigenismo de plagio
transitaron sobre mi restregón.
Alcé como pude el honor de mi palabra,
que nació quebrada,
en fragmentos y bolitas
de voz.
De vuelta a la mansión la fui recomponiendo,
mas transmutó en frasqueta.
Tenía exclusiones,
crucetas de papel,
entonces,
pergaminos,
hados,
acasos
e inclusos.

Tilingos en su sitio.

martes, 3 de noviembre de 2015

SPANISH IDIOSYNCRACY, caranalgada veraniega de Emilio Losada (Vídeo.)

https://www.youtube.com/watch?v=jrNqfBS8nds


¿Un antinacionalista recalcitrante como yo haciendo esta mamelucada? Con uno mismo también se pueden hacer apuestas. ¿O no? Vídeo grabado de empalme en alguna mañana del verano de 2015. Acababa de morir el enorme Sazatornil y esa circunstancia yo no podía dejarla pasar por alto. La canción fue compuesta en los últimos 90. Las razones por las que dejé de cantar en inglés son evidentes. Lo mejor está al final.

Letra:

I'm very glad to keep living in Spain.
Landa, "Saza", Esteso, I love you, guys.

(Repit teseim)

viernes, 30 de octubre de 2015

EL LADRÓN DE ESTRELLAS


(Texto introductorio del número 0 de La Antibiótica, 2014, revista literaria fallecida tras el parto.)


Por Emilio Losada



Yo soy el ladrón de estrellas
todas las noches cojo un par de ellas
y no lloran les doy coca cola
las mimo de buena forma
les pongo camisón,
también les digo la verdad
la cúpula celeste no brillará
les enseño a no pensar y a besar
nadie me atrapará
las tengo en mi techo
de rojo pasional
y les doy de fumar
hachís del nueve
pues moradas están divinas
soy el ladrón de estrellas
nadie me atrapará
la cúpula celeste no brillará
y no lloran les doy coca cola
las mimo de buena forma
les pongo camisón
y les digo la verdad
la cúpula celeste no brillará.

Fernando Cañas (De Diamante roto. EH Editores, 2007)





«No es fácil hablar de Fernando.» Estas seis palabras las he oído y leído más de una vez en las últimas semanas. No, no es fácil hablar de Fernando Cañas, y escribir sobre él ni les cuento. Su final fue un mazazo para los que tuvimos el privilegio de conocerlo, la herida no está cerrada. He intentado escribir sobre Fernando varias veces en los últimos diez años –sobre todo en los últimos seis, desde que llegó a mis manos su poemario póstumo, Diamante roto–, pero nada, que no encontraba las palabras, no había manera. En contraprestación, opté por lo fácil: añadir su nombre en las dedicatorias de una novela e incluir un poema suyo de cuatro versos al inicio de un capítulo de la misma cuyo fondo hace prescindible la lectura tanto de ese capítulo como de toda la novela. El multidisciplinar Juan Diego Fernández, compañero de miserias y grandezas y hermanísimo político del poeta, afirma en el inicio al prólogo a esta maravilla de libro que la poesía de Fernando es «verdad». Yo añadiría que sus versos van a la yugular: no sólo ponen el dedo en la llaga, es que el muy avieso te clava directamente la uña y escarba en ella. La poesía de Fernando se te mete en el cuerpo, te retuerce las entrañas, te noquea. Muy pocos vates tienen ese don. Fernando pertenece a esa raza de poetas que son capaces de sacarte las vísceras con cuatro versos. Les juro que no me pierde la amistad, mi absoluta adhesión a la idiosincrasia del tipo en vida. Si Fernando leyera esto saldría corriendo sonrojado, o quizá me rogaría que lo destruyese. Antinarcisista contumaz –y eso que su poesía es totalmente del yo–, el muy truhán siempre me negó su condición de poeta. O más bien me dejaba caer que sí, que algo de poesía sí que escribía, pero que el resultado era del todo prescindible, banal. Conmigo podía salirse por esa tangente porque lo frecuenté cuando él era ya treintañero –un servidor recién inauguraba la veintena–, pero a sus coetáneos, a sus camaradas de trasiego, no podía mentirles: claro que escribía, pero menospreciaba sus versos, aseguraba que eran una porquería, ya ven ustedes. Una porquería que he tenido ocasión de comprobar que es capaz de embelesar de inmediato tanto a directores de editorial, críticos literarios, letraheridos atormentados y lectores acérrimos de poesía como a neófitos absolutos en la materia. ¿Minusvaloraba su obra acaso por pura y llana timidez? ¿O es que simplemente temía exponerse demasiado? Lean:

Las hienas que hacen
poesía en los sepulcros
somos nosotros,
con nuestra mediocre maldad.
Mira estas palabras tibias
que caen sobre el suelo como babas.


Es difícil escribir sobre Fernando, sí, pero yo soy un embaucador y de vez en cuando he de hacer alarde de ello. Soy tan embaucador que a veces logro embaucarme a mí mismo. Puede que este invento de La Antibiótica no sea más que una simple excusa, una treta de mi subconsciente para forzarme a escribir al fin unas líneas en recuerdo de Fernando. Todo ha venido dado, si el primer número lo protagoniza Fernando no me queda más remedio que remangarme para dedicarle al fin unas líneas. Me pongo a ello agotando el plazo que prácticamente yo mismo me he dado, y empiezo bien de mañana, una mañana de noviembre en Sevilla de ésas tan del agrado de literatos y de pirados, gris y gélida, para desarrollar las notas que he ido tomando durante las últimas semanas. Cierto es que esto de la revista es un viejo sueño, anterior incluso al óbito del poeta, pero el embaucador se sube a este tranvía que está a punto de realizar su primera salida para quitarse dos dardos que hace tiempo que le están dando la lata a base de bien. El primero de ellos se me clavó en el estómago cuando una tarde de 2004 me enteré, por medio de Mary Joe y Paca, las hermanas Ruiz, de la muerte de Fernando. El segundo me dio de lleno en el alma cuando adquirí mi ejemplar de Diamante roto en la presentación del libro en Sevilla, en abril de 2008. Ya no era sólo la muerte del amigo y del compañero… ¡es que este bribón de Fernando era un enorme poeta! Sólo bastaron unos minutos de ojeo para darme cuenta (cuidado, que yo antes que escribemonas soy esteta, y a mucha honra). No voy a entrar en detalles escabrosos sobre su final, pese a que sin duda contribuirían a atrapar nuevos adeptos para el cañasianismo. Mucho morboso es lo que hay, ya saben. Yo me quedo con el Fernando ingenioso, lacerante, algo cenizo y puñetero hasta el paroxismo. El Fernando civil era un personajazo de padre y muy señor mío, y esta circunstancia puede ayudar a comprender mejor la tesitura del Fernando poeta. Sucumbamos ante la evidencia: obra y artista siempre han ido de la mano, más si cabe en el caso específico de los bohemios y de los bardos. ¿Qué les voy a contar? ¿Les suena Espronceda, Poe, Rimbaud, el divino Sawa, Jacobo Fijman (¡descúbranlo de una vez!), los Panero…? Pues eso.

Tengo muy mala memoria, pero siempre recuerdo el primer día en el que conocí a las personas que han sido importantes en mi vida. Recuerdo el sitio, el aspecto que tenían, por qué estaba yo allí, detalles así. No ocurre con Fernando. No recuerdo cuándo ni dónde lo conocí. Fernando tenía una facilidad pasmosa para pasar desapercibido, se sentía cómodo en su segundo plano, al abrigo de las sombras. Todo apunta a que el primer encuentro se produjo en el verano de 1994 en Sevilla –por medio de Mary Joe y de Paca, eso seguro–, más que posiblemente en el X, garito sito justo enfrente de la antigua estación de Córdoba, el mismo que al año siguiente, tras un forzado y oscuro traspaso, se reconvirtió en el polémico Arny. Íbamos todas las noches allí, y en una de ellas conocí a Juan Diego, por entonces marido de Mary Joe. Simpatizamos enseguida gracias a nuestra profunda y sincera devoción por la filmografía de Mariano Ozores en general y por ¡Que vienen los socialistas! en particular («Que vienen los socialistas, tururú, tururú./Que vienen los socialistas… wow!»), para ambos una joya infravalorada de la por otra parte injustamente infravalorada cinematografía del maestro Ozores. Para mí que Fernando andaba por allá esa noche, pues pasaba bastante tiempo en Sevilla en aquel tiempo, ya que en la ciudad vivía tanto su hermano Manolo como su ecléctico compañero de correrías ochenteras Juan Diego, junto al que, en su faceta de saxofonista y compositor, llegó a probar fortuna en el Madrid de la movida con los grupos Affaire Niñamónica y Hambre y Moral. No recuerdo pues el momento y el lugar exacto en el que conocí a Fernando, pero sí mis primeras conversaciones con él, cuando al fin se arrancó. Me habló de su ático en el gaditano barrio del Mentidero –más adelante supe que se trataba de un mínimo cobertizo de azotea–, de las bondades del pescado azul a la plancha y, sobre todo, cómo no, del amor. Y es que esto del amor a Fernando le podía. Dar con la mujer ideal, la definitiva, era su obsesión. La mujer, una sola, en singular, la que lo había de rescatar del hundimiento, de una inmersión abisal nada vocacional:

Despedí a la lógica
como a una incompetente empleada
y abracé tus piernas
como el náufrago al madero.

También hablamos de literatura, yo le daba la murga con Baudelaire, Rimbaud, Kerouac, Céline (no me juzguen apresuradamente, apenas era un veinteañero incipiente y esas literaturas adolescentes estaban aún frescas; si aún tengo en una alta estima a todos esos autores ahora, imagínense en aquel entonces). Más tarde que pronto, como suele suceder en el sur, se advino el otoño, pasaron los meses y nuestras vidas se volvieron a tropezar en verano por obra y gracia de un programa de variedades de Canal Sur, Ventanas de sol. Las hermanas Ruiz, que formaban parte del numeroso equipo de producción del programa, fundaron aprovechando esta circunstancia una suerte de ONG encubierta para roqueros ociosos. El trabajo consistía en actuar de figurantes en las actuaciones musicales del programa, que se emitía de lunes a jueves por la tarde, cada semana en un pueblo o ciudad distintos de la geografía andaluza. Dos veranos estuvimos fingiendo tocar la guitarra, el bajo, la batería y el teclado con Pablo Abraira, Paco Clavel, Rayito, Niña Pastori, Lucía, algún superviviente de los Manolos o con cualquier folclórica en horas bajas a la que Canal Sur, en su calidad de televisión oriundista, daba cancha. Nuestro cometido era tumbarnos en el césped del hotel o parador nacional de la localidad donde montaban el chiringuito para dar buena cuenta del catering mientras esperábamos nuestro turno en el escenario. Después buscábamos una pensión barata y nos pulíamos lo que nos sobraba de las diez mil pesetas diarias que cobrábamos en los bares de la zona, y al cierre de éstos acabábamos en los pubs del paseo marítimo si la localidad era costera, como solía ser el caso, o en las discotecas de las afueras en las interiores, a duras penas intentando hacer oídos sordos a lo último de Azúcar Moreno, Ricky Martin o los cachetes, pechitos y ombligos del vergonzante vástago de Betty Missiego. Le dábamos a la sinhueso continuamente, fueron dos veranos sin burladeros ni salidas de emergencia, muchas horas juntos en bares, restaurantes, pensiones y casas de huéspedes. Y Fernando, que con su aspecto desgarbado, sus entradas y su rictus serio y abnegado daba más el pego como camarero de cafetería aparentosa que como músico, venga a hablar del amor, y algo, poco, de poesía, y yo venga a intentar sonsacarle y a darle la tabarra sobre que si yo también hacía mis pinitos en esto de encabalgar versos, que si en prosa quería dejar a un lado los relatos cortos para aventurarme con una novela, y él sin soltar prenda sobre su oculta condición de poeta, que no había manera, que cuando salía el tema zarandeaba la mano como hacía cuando rechazaba ciertas químicas, o clavaba la mirada en el suelo hurgándose la nariz, como diciendo «ya te callarás, pisha, ya te callarás». El poeta oculto, el poeta que fingía no serlo, negaba la mayor. ¿Por qué lo hacía? ¿Acaso le aterraba lo que salía a veces de su mordisqueado bolígrafo? Ciertamente, todos esos versos premonitorios te hielan la sangre. Transcribo completa esta joya de la lírica ibérica moderna, qué caray:

Los fantasmas de la tempestad
están danzando a mi alrededor
y por la supuesta sombra
que atraviesa el cristal
se ha detenido la luz del farol
pensaría que son amigos
del ruidoso desorden
de mis monstruos personales
de vez en cuando
uno se cae por las escaleras
y no le pasa nada
entonces se piensa
que la vida merece otra oportunidad.

Ya puestos, vean cómo acaba ésta:

Silencio en un mar de plomo.
Caigo al vacío.
Y ni siquiera un fin incierto.
No tengo más que de lo preciso.
Mi vida te echa de menos.

¿Videncia rimbaudiana, quizá? Lo tengo tan pensado... Pero yo no me reconcomo la moral a estos respectos. ¿De qué sirve? Lo que tiene que llegar llega y punto. Nos podía haber pasado a cualquiera. Eso sí, también creo que a veces la poesía la carga el diablo. Me refiero a la poesía mayúscula. Lean:

Cayó rodando a las calles,
al infierno más frío,
se destrozó el cuerpo
contra la nada gris y negra
de las noches urbanas.

Intrigas y cábalas aparte, algunos emborronamos doscientas páginas y no conseguimos transmitir ni la mitad. No sé cómo nos empecinamos en seguir intentándolo, la verdad. ¡Ah, y no hablemos de la forma de estos poemas! A la poesía de Fernando nada le falta, nada le sobra; con las herramientas justas –no le confiere importancia a la puntuación y a menudo se pasa por la entrepierna las normas de la sintaxis; escribe, dibuja y pinta en servilletas o en cualquier superficie que se le tercie–, te mete en su tesitura, en su soturno y límpido desánimo:

El silencio es una fiera
hambrienta de amor
el día sin buenos días
no tiene sol ni luna
de qué están hechos
los días sin ti
son orillas sin pisadas
camas sin deshacer.

Fernando sufría por amor, sí, pero no todo el tiempo. No había más que compartir una botella con él para descubrir al Fernando socarrón, al Fernando de la risa torcida, al gaditano recalcitrante, el Fernando de las descacharrantes críticas gastronómicas ante la mediocridad de una tapa, al de la risilla condescendiente cuando yo le aseguraba que prácticamente no hay nada destacable en poesía en este país desde Miguel Hernández… Pero a la primera de cambio emergía ese Fernando autocomplaciente que gusta de recrearse en su aflicción. Leemos en «Por un desliz lingüístico»:

Mis masturbaciones han sido
semillas de suicidio
es todo tan absurdo,
si al menos pudiera
palpar tu vómito
ya que mis toqueteos
te resultaron tan insulsos,
no cabe posibilidad
para el caído
que estuvo escurriéndose
durante unos segundos
en tus filosóficas nalgas.
Fuiste engendrada por sábanas negras.
Perdí.

Y remata otro poema de esta forma:

Por eso yo sé
dulce animal
vagabundo de mis rincones
la importancia de un cigarrillo
a medias.

El amor, el dichoso amor que no llegaba. Sufría Fernando por ello, ansiaba con vehemencia el advenimiento de ese amor ideal que habría de liberarlo del insidioso spleen; pero mientras tanto hacía de las suyas, que no se nos iba a hundir. El anecdotario cañasiano es abundante, tanto por acción como por omisión. Era orgulloso Fernando, y se enervaba a menudo. Recuerdo cuando uno de los jefazos del programa, harto de verlo figurar, le dijo gritando a Mary Joe que estaba hasta los cojones de aquel tipo, todo el santo día en la misma esquina del escenario con el bajo, con esa pinta y tal. Le dieron un descanso de unos días al figurante larguirucho con el consiguiente agravio económico que eso le suponía, y Fernando, claro, se cabreó. Como también se cabreó cuando al ir un día a recoger su acreditación para poder permanecer en el recinto de la Expo 92 –Mary Joe había logrado colocarle como mozo de carga pese a su quebradiza complexión–, se percató horrorizado de que en la misma rezaba «Fernando Cacas». La rabieta le duró a nuestro poeta todo el tiempo que de su cuello hubo de pender sí o sí la acreditación que tenían que llevar obligatoriamente los trabajadores de la Expo durante toda la jornada. En otra ocasión, en Sevilla, se disponía a tapear con unos amigos en un bar.  Les dieron comida en mal estado. Sus acompañantes le aseguraron que en la ciudad era normal que la comida estuviera podrida, que la gente estaba acostumbrada y consumía de buen grado lo que le pusieran por delante. Fernando, que se lo creyó a pie juntillas, no daba crédito; no le entraba en la cabeza que esos excéntricos sevillanos consintieran semejante afrenta culinaria. Fernandadas como éstas las hay a porrillo. Una más: concierto de Willy de Wille en el Auditorio de Sevilla en el 94, entra Fernando con Juan Diego en el camerino tras el show; el bueno de Willy, otro loco romántico, comentaba que le había impresionado sobremanera la luna de Sevilla, y Fernando le suelta: «¡Tú lo que tienes que hacer es venir a fumarte un porro a la Caleta, pisha!»

La última vez que lo vi fue en la fiesta del bautizo de Ximena, la hija de Mary Joe y de Juan Diego, el 4 de julio del 98. Tocamos en el patio de un restaurante de Jerez un elenco de urgencia formado por Fernando al saxo, Manuel Pajarracas a la batería y un jovencísimo Juano Azagra y un servidor a las guitarras. Por fin tocaba en directo con Fernando. Resultaba prácticamente imposible dar pie con bola con aquel saxo atronando sin cuartel detrás de mí. La forma de tocar el saxo de Fernando era… como muy particular, digamos. Consistía en dar la tabarra sin parar desde el principio al final de la canción en transcurso, que además ni habíamos ensayado. Me recuerdo muerto de risa intentando defender «Skinny Minnie», de Bill Haley, con un Fernando desatado con el saxo, rendido a un furibundo acceso rocker. Tras el recital lo acompañé a coger el taxi que habría de llevarlo a Cádiz. Fernando se había mostrado muy feliz ese día. Ya en la parada de taxis le interrogué sobre la causa de su contento y me confesó que se había enamorado –lo cual no era una novedad–, que era correspondido –lo cual era una novedad– y que encima la chica se iba a vivir con él a su famoso ático. La Chica de la Tienda de los Veinte Duros.

La luz muerde mi pecho,
transmite la sabia de las flores,
la sed de agua pura,
el amor que llega.

Nos dimos un abrazo, se metió sonriente en el taxi y desapareció de mi vida para siempre. Ay, Fernando, Fernando…

La lluvia percute en los cristales. Se me vienen a la cabeza aquellos célebres versos de Verlaine que más de una vez comentamos, lo bueno es bueno antes, durante y después. Es hora de ponerle el punto y final al trance. Un receso y a corregir los muchos desaguisados perpetrados, que este texto, aparte de no ser escabroso, tampoco ha de ser llorón. No, no ha sido fácil escribir sobre Fernando, he hecho lo que he podido. En realidad, toda esta parrafada podría resumirse en unas líneas que me envió Mary Joe: «No es fácil hablar de Fernando, no tengo palabras, es un tipo que me superaba. Todo: su azotea, sus servilletas de papel de váter mientras comías una caballa, su boli raído, su cinismo escatológico, su semen a flor de piel ante cualquier curva, su romanticismo de “quiero a la mujer del Veinte Duros”, su “en habiendo papa y huevo”…»

En este punto sólo me resta dar las gracias a las hermanas Ruiz por provocar el encuentro con el humano y, en nombre propio y de todos los cañasianos de hoy y de mañana, a Juan Diego por darnos a conocer al inmenso poeta.

Ya ves, querido Fernando, nuestras vidas te echan de menos. ¿O qué te creías, pisha, qué te creías?




Sevilla, 13 de noviembre de 2014